Eureka



Kirani arrastra sus pertenencias por Turk, una de las calles más concurridas de la ciudad. En su recorrido se encuentra a más personas en su misma situación. Hombres y mujeres que vagan alrededor de Mission Street día tras día. Cualquier turista que pasara por aquí pensaría que el mundo de golpe se ha vuelto loco y ha dejado a todas las personas sin hogar en estas dos calles. El fuerte olor a orina y a suciedad se mezclan con los preciosos grafitis que decoran el barrio (él único motivo por el cual un turista se acercaría a esas calles a priori peligrosas).

Kirani iba hacia la biblioteca, allí podía ponerse al día de lo que ocurría en el mundo sin ser molestado y leer los últimos libros publicados. Sus favoritos eran los de ciencia ficción con los que dejaba volar su imaginación y vivía múltiples vidas. Tenía un rincón preferido para pasar esas horas de desconexión. Lejos de las mesas de consulta, al final de todo, entre los estantes de idiomas asiáticos, ahí le podías encontrar sumergido en sus lecturas. En lo que llevaba de año había leído un total de veinte libros y aún faltaba medio año por delante.

Hoy es un día de suerte para él y los demás. Hoy se celebra el Help Festival que una vez al mes ayuda al colectivo sin hogar con apetitosos menús, duchas y consultas médicas. Y todo gratis por supuesto. Se encontraba contento ya que tras su visita a la biblioteca podría acudir a él y así alejar algunas de las miradas que de vez en cuando le propinaban las personas que pasaban a su lado.

—¡Hola Kirani! ¿Qué tal va todo? ¿Vas a ir al Help Festival? —le susurraba Matt, un bibliotecario de la sección de novela negra—. Tenemos una caseta nosotros también y estaremos regalando libros descatalogados. ¿Te interesa venir?

—Es posible, gracias por la invitación. Quizá me pase más tarde, hasta luego —con urgencia mandaba a su interlocutor finalizar la conversación, no quería demorar más el inicio de la nueva novela que tenía entre manos.

Pasaron unas tres horas hasta que se levantó de la silla. Su estómago le mandaba señales de que no podría seguir leyendo hasta conseguir algo que ponerse en la boca. Simplemente, no podía concentrarse, se saltaba líneas al leer, algo clave para entender esos momentos de tensión literaria. Así que decidió salir de la biblioteca y hacer cola en el estand donde repartían un menú gratuito para todos. En una bandeja de plástico le pusieron arroz, salchichas y verduras y de beber una cerveza sin alcohol. Tomó asiento y degustó ese manjar que le supo a gloria. Por un momento sintió que su sentido del gusto se agudizaba y apreciaba la complejidad de las texturas que engullía.

Pasó también por el espacio de Matt simplemente para agradecerle el saludo de esta mañana y se dirigió a la caseta de atención primaria. Allí le dijeron que se encontraba bien de salud aunque era recomendable bajar la cantidad de sal que tomaba para bajar sus problemas de tensión. Por último, se dirigió a la urna de sugerencias que se encontraba vigilada por un voluntario. Dirigiéndose a él le explicó:

—Yo tengo una idea, pero no tengo a quién contarle. Mi mujer y mis hijos me han abandonado y tengo pocos conocidos a quien acudir en caso de problemas. ¿Por qué no crear un espacio de escucha activa? Os parecerá una tontería, pero creo que es algo que puede funcionar. Dejar que nos expresemos es vital para nuestro desarrollo en esta sociedad que poco espacio nos da, pero ya que se realizan estos eventos, ¿por qué no aprovecharlos y dejar que nos manifestemos? Podrías estar tú o aquél sentados, como estás haciendo ahora y simplemente escuchar nuestras penas y alegrías, ¿qué te parece? —al acabar su reflexión esbozó una gran sonrisa que mostraba los surcos de su boca.

—De acuerdo, muy buena idea. ¿Por qué no la dejas escrita en esta urna? —el voluntario se encontró entusiasmado al ver la alta predisposición del indigente por cambiar las cosas.

—Primero, porque no sé escribir y segundo porque seguro que si lo presento yo no tendrá credibilidad. ¿Por qué no lo presentas tú? Nadie quiere oir las bobadas de un “loco vagabundo” —manifestaba mientras con sus dedos habría y cerraba comillas al decir vagabundo.

Dejar de ser un outsider sólo dependía de él. Al cabo de seis meses se presentó en sociedad la plataforma Escucha Activa con apoyo del gobierno que fomentaría la escucha activa a gran variedad de colectivos en riesgo de exclusión. Sin duda aquel chico se la jugó y vendió su idea como suya y se enriqueció a su costa. Ahora es él quien aparece en todos los blogs y foros como un gran emprendedor y no Kirani.


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