Cuando Magallanes conoció a Lapu-Lapu

Photo credit: shankar s. via Flickr.com / CC BY-SA

Magallanes y su amor por la navegación y la exploración de nuevos mundos lo llevaron a intentar la primera circunnavergación a la Tierra. Tenía claro que no iba a ser tarea fácil sobre todo por los peligros que le esperaban en cada rincón del planeta. Después de un par de años de años de travesía por América decidió proseguir su viaje tras su paso por el Río de la Plata y por un estrecho que acabaría teniendo su nombre. Pasaron meses en los que el hambre, la desesperación y las enfermedades eran el pan de cada día. Tras cruzar el estrecho de Magallanes llegaron al océano Pacífico, nombre que le otorgaron tras comprobar que la mar era muchísimo más calmada que la de Atlántico. Llegaron a las diminutas islas de Guam y descubrieron la hospitalidad de sus habitantes. Allí pudieron coger fuerzas y aprovisionarse de alimentos que les ayudarían a proseguir la aventura.

Prosiguieron con el viaje durante varios días hasta llegar a la isla de Mactán. No podían creer lo que veían: una infinita playa de arena blanca cubría el agua verdoso y azulado. Tal estampa les hacía pensar que se encontraban en el paraíso. Pronto fueron avistados por los habitantes del lugar y estos les dieron una cálida bienvenida con flores y comida típica. Fernando y sus navegantes se sentían abrumados ante tanta hospitalidad pero aceptaron de buen agrado sus obsequios, llevaban días sin tener algo que meterse en la boca por lo que cualquier manjar, por extraño que fuera, era bien recibido.

Tuvieron audiencia con Lapu-Lapu, el califa que velaba por la seguridad de esas tierras. Les recibió con una reverencia y les preguntó cómo habían llegado a sus playas. Magallanes le contó que venían de más allá del océano Pacífico, de otras tierras inimaginables y que viajaban por orden de la corona española. Su cometido era otorgar a España nuevas rutas de navegación para poder competir con las rutas portuguesas y evitar así pagar altos precios por circular por esos itinerarios. Le explicó también que recibía gran apoyo por parte de la iglesia católica por lo que a cambio su cometido era difundir el mensaje de Dios como ya lo había hecho en el continente americano.

Lapu-Lapu tras escuchar sus intenciones vio con buenos ojos que esos hombres de tierras lejanas se instalaran por un tiempo en la isla, pero que vivieran como uno más de sus habitantes. Magallanes aceptó a regañadientes el ofrecimiento, se alejaba de los planes que tenía previstos para el precioso enclave. Durante semanas ayudaron en los quehaceres de la comunidad, cazaron, cultivaron y pescaron para poder alimentarse y durmieron bajo la luz de la luna y sus estrellas.

Lo que nunca pudieron aceptar los marineros era venerar a Alá, eso iba contra sus principios. El califa, al ver que tenían ciertas reticencias a compartir el mismo Dios, pensó que podría intentar hacerles ver que habían muchos puntos que les acercaban ¿pero cómo podía abrirles los ojos? ¿Cómo podía ayudar a crear un mejor ambiente entre sus ciudadanos y esos visitantes de piel tan blanca?

Decidió que la mejor opción sería ser él mismo el ciudadano ejemplar. Se pondría en la piel de Magallanes y conocería su religión y, tras una breve incursión, le explicaría a Fernando los valores que realmente les unían. Magallanes al descubrir su feroz empeño pensó que él también podría aprender qué era eso del islam y así entender por qué la iglesia estaba tan empeñada en evangelizar. Tras un mes y medio intenso de intercambio decidieron poner en común sus conclusiones: coincidían en que había un ente por encima de ellos que dirigía sus destinos, que debían cuidar su relación con él a diario y que todos los actos que realizaban debían estar capitaneados por el amor.

El año que pasó Magallanes en Mactán le convirtió en un hombre nuevo y a sus tripulantes también. Muchos de ellos formaron una pequeña familia mestiza y se quedaron de por vida en el paraíso terrenal. Otros, como Magallanes, hizaron las velas y partieron rumbo a España llenos de conocimientos que les hicieron sentir ricos en espíritu. La relación entre ambos líderes perduró en el tiempo de tal manera que los habitantes de la isla estaban convencidos de que ambos nunca habían muerto, sino que se habían convertido en estatuas gracias a esa fantástica amistad. Se creía que la estatua el portugués estaba en su ciudad natal mientras que el del filipino estaba junto a la orilla, siempre velando por sus ciudadanos.


 Nota: Os dejo aquí lo que realmente le pasó a Magallanes tras su visita a Mactán y qué es lo que opinan en la actualidad los filipinos de Lapu-Lapu.  

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