The giant cat

Photo credit: Foter.com

Sam was an extraordinary animal. He was the king of the streets, the other kitten were afraid of him. No one could approach him. Everybody was scared of his manners. He used to walk silently so the rest could not greet him or ask him a favor.  He didn't even had time for romance. He was thirteen and never met a female. The last time another cat saw him in good company was when he was sent to the vet. Sam was feeling very low after eating too many mouses fro Molly Peterson's house. Robert was fortunately there to notice that something was going wrong with his friendly pet.

Many years after, amazing Sam was still standing there on the front door watching the days go by. What could he do? He was only a furry animal, losing hair,  with determination and sensitivity.

—Stop! Get away of the chemney!— Robert would shout at Sam walking around the fireplace trying to desmitify the fire.

—Prrrrrrrr...— translated into our language Sam's response was something like 'I can survive to this little shit!'.

He was convinced that he could beat that natural element. He wanted to prove to the cat community that no one was invincible but him. The rest would have to bow every time they met him as a personal greeting for someone who deserved eternity.

But there was a lesson who missed when he attended the School of Cats. Cats only have seven lives. Sam was told another version of this animal myth in order to live his lives as he ought to. His parents Sam and Beli told him that he had every single day seven attempts to show to the community the best of him, showing all the things he was able to do. That was the method his parents invented to stay focused on what they told him to do. And that mantra became his way of life: Sam made their dream come true he overcome his handicap. He was a three legged cat.


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Quince días

 
Un calor sofocante me bañaba en sudor tras a penas salir del aeropuerto. Ya nada me podía sorprender por hoy (o eso pensaba yo). Nunca antes había realizado un viaje tan largo. Veinte horas de vuelo efectivas constataban la dureza del recorrido hasta llegar a Filipinas. Mi corazón palpitaba como hacía tiempo que no lo hacía, un nerviosismo se apoderaba de mí consciente de que iba a conocer a personas que hasta ese momento sólo eran un mero nombre. Cuatro personas vinieron a recibirnos: un hermano y una hermana de mi madre, una sobrina y él hijo de esta. Se situaron en primera línea dejando atrás a una multitud que también esperaba reencontrarse con los suyos. Pude ver el cambio de expresión en sus caras al vernos a mi madre y a mí. Los cuatro y mi madre se enfundaron en un gran abrazo que todavía recuerdo como si fuera ayer.

Algo en mí decía que el viaje había llegado a su final pero esa idea estaba muy lejos de la realidad, todavía me quedaban 9 horas intensas de autobús hasta finalmente llegar a Pidigan, el pueblo de mi madre. Era de noche por lo que no podía apreciar mucho el recorrido, me daba la sensación de que íbamos lentos aún siendo los únicos que circulábamos por la carretera. En el camino tuve mi primer choque cultural: el autobús hizo una parada en un local que contaba con servicio. Al entrar en el primer lavabo libre que había cerré la puerta y me di cuenta que podía ver a la gente que estaba allí fuera esperando su turno. Me pregunté si podían verme a mí también. La altura de las puertas era baja, ajustándose a los estándares filipinos. Claro, para mí, que mido un metro sesenta y siete no estaban adaptados.

Nos bajamos sobre las 7 de la mañana en un cruce de dos carreteras con nuestras maletas y allí nos esperaban dos vehículos llamados tricycle. Eran motocicletas de poca cilindrada unidas a unos sidecars de color verde bastante diminutos. Nos subimos a ellos y continuamos el camino de apenas diez minutos. Se pararon en una casa con tejado verde y en él habían varias personas mirando con aire de curiosidad en la terraza. Todos ellos eran de mi familia. No podía creer que hubiera tanta gente allí esperándonos. Me senté en los bancos que habían allí, pensando que habíamos estado viajando un día y medio para ver esas caras que hasta el momento no conocía. Ahora tocaba aprender sus nombres y conocer el vínculo que me unía a ellos: el saber por qué todos decían apellidarse Palino. La tarea era ardua ya que a parte de nombre todos tenían uno o varios apodos que dificultaba mi comunicación con ellos.

Partía a priori con la ventaja de conocer la cocina del país y tenía curiosidad también por comer cosas nuevas. Las excursiones que realicé con mis primos adolescentes fueron un gran descubrimiento para mí. Conocer los vastos y fértiles terrenos de la zona sin protecciones que delimiten el terreno de uno y de otro fue una maravilla. Árboles verdes y floridos aliviaban el camino del calor sofocante y nos servían de alimento. Recogíamos mangos, cocos y semillas que consumíamos al momento o que guardábamos para el almuerzo o la cena, pero también obteníamos refrescos y meryendas de los vecinos de la zona que nos brindaban su hospitalidad más absoluta incluso cuando no tenían casi nada que ofrecer. Envidio su forma de vida, su amor y respeto por la naturaleza y su dualidad de creencias que incluyen el cristianismo más acérrimo y la beneración por los espíritus que habitan sus bosques.

La persona que más ilusión me hacía conocer era mi abuela quien no sabía que sufría de cataratas. Los médicos le recomendaron que por su avanzada edad era mejor que no se operara. Sabía que no podía comunicarme con ella ya que no conocía el ilocano, pero no sobraron gestos para demostrarme que podíamos comunicarnos con más o menos facilidad. Se tratan de momentos tiernos que nunca olvidaré ya que únicamente la conocía de fotografías que mi madre guardaba celosamente. Ella únicamente me pidió un favor y era que le comprara las gotas para la vista. Yo, con mucho gusto, le compré para varios meses, así no tendría que estar por un tiempo con la preocupación de que alguien fuera a buscarlas. Su alegría fue enorme al ver el montón de potes que le había comprado, parecía una niña pequeña con zapatos nuevos. Fueron momentos como aquellos los que hacen que me emocione todavía ahora al pensar que mi viaje no sólo era físico sino también interior, en búsqueda de mis orígenes, en búsqueda de saber quién soy.

Obtuve multitud de respuestas respecto a por qué soy distinta a los demás y a lo bonito de serlo, en lo rica que soy por tener otra educación además de la española. Aprendí lo esencial de las cosas, el amor por las cosas simples y sencillas que llegan hasta lo más profundo del corazón y el valor de la familia como nunca había sentido. Llegué a la conclusión que formaba parte de una mayúscula prole en la que hasta el conductor de un autobús cualquiera también podía ser familiar mío. Para los Palino no existe el rol de un único padre, madre, primo o hermano. Allí todos éramos susceptibles de convertirnos en padres o madres por un día de pequeñines de apenas cinco meses, o primos de desconocidos que visitaban, comían e incluso dormían en casa. Tenías la sensación de que a lo largo de la carretera que lleva a las localidades de San Isidro, Peñarrubia y Villaviciosa todos eran o tenían en parte nuestra sangre. Cualquier persona de la calle podía saludarte y preguntarte «hola, ¿qué tal estás? ». El sentido de comunidad existía allí en su mayor expresión, la colaboración entre vecinos era evidente. Les envidié por lo poco que tenían y lo ricos que eran a nivel de valores, aunque ellos piensen que lo importante es tener dinero, como ven en las películas y telenovelas. Ellos no saben que ellos son los verdaderos afortunados.

Cuando Magallanes conoció a Lapu-Lapu

Photo credit: shankar s. via Flickr.com / CC BY-SA

Magallanes y su amor por la navegación y la exploración de nuevos mundos lo llevaron a intentar la primera circunnavergación a la Tierra. Tenía claro que no iba a ser tarea fácil sobre todo por los peligros que le esperaban en cada rincón del planeta. Después de un par de años de años de travesía por América decidió proseguir su viaje tras su paso por el Río de la Plata y por un estrecho que acabaría teniendo su nombre. Pasaron meses en los que el hambre, la desesperación y las enfermedades eran el pan de cada día. Tras cruzar el estrecho de Magallanes llegaron al océano Pacífico, nombre que le otorgaron tras comprobar que la mar era muchísimo más calmada que la de Atlántico. Llegaron a las diminutas islas de Guam y descubrieron la hospitalidad de sus habitantes. Allí pudieron coger fuerzas y aprovisionarse de alimentos que les ayudarían a proseguir la aventura.

Prosiguieron con el viaje durante varios días hasta llegar a la isla de Mactán. No podían creer lo que veían: una infinita playa de arena blanca cubría el agua verdoso y azulado. Tal estampa les hacía pensar que se encontraban en el paraíso. Pronto fueron avistados por los habitantes del lugar y estos les dieron una cálida bienvenida con flores y comida típica. Fernando y sus navegantes se sentían abrumados ante tanta hospitalidad pero aceptaron de buen agrado sus obsequios, llevaban días sin tener algo que meterse en la boca por lo que cualquier manjar, por extraño que fuera, era bien recibido.

Tuvieron audiencia con Lapu-Lapu, el califa que velaba por la seguridad de esas tierras. Les recibió con una reverencia y les preguntó cómo habían llegado a sus playas. Magallanes le contó que venían de más allá del océano Pacífico, de otras tierras inimaginables y que viajaban por orden de la corona española. Su cometido era otorgar a España nuevas rutas de navegación para poder competir con las rutas portuguesas y evitar así pagar altos precios por circular por esos itinerarios. Le explicó también que recibía gran apoyo por parte de la iglesia católica por lo que a cambio su cometido era difundir el mensaje de Dios como ya lo había hecho en el continente americano.

Lapu-Lapu tras escuchar sus intenciones vio con buenos ojos que esos hombres de tierras lejanas se instalaran por un tiempo en la isla, pero que vivieran como uno más de sus habitantes. Magallanes aceptó a regañadientes el ofrecimiento, se alejaba de los planes que tenía previstos para el precioso enclave. Durante semanas ayudaron en los quehaceres de la comunidad, cazaron, cultivaron y pescaron para poder alimentarse y durmieron bajo la luz de la luna y sus estrellas.

Lo que nunca pudieron aceptar los marineros era venerar a Alá, eso iba contra sus principios. El califa, al ver que tenían ciertas reticencias a compartir el mismo Dios, pensó que podría intentar hacerles ver que habían muchos puntos que les acercaban ¿pero cómo podía abrirles los ojos? ¿Cómo podía ayudar a crear un mejor ambiente entre sus ciudadanos y esos visitantes de piel tan blanca?

Decidió que la mejor opción sería ser él mismo el ciudadano ejemplar. Se pondría en la piel de Magallanes y conocería su religión y, tras una breve incursión, le explicaría a Fernando los valores que realmente les unían. Magallanes al descubrir su feroz empeño pensó que él también podría aprender qué era eso del islam y así entender por qué la iglesia estaba tan empeñada en evangelizar. Tras un mes y medio intenso de intercambio decidieron poner en común sus conclusiones: coincidían en que había un ente por encima de ellos que dirigía sus destinos, que debían cuidar su relación con él a diario y que todos los actos que realizaban debían estar capitaneados por el amor.

El año que pasó Magallanes en Mactán le convirtió en un hombre nuevo y a sus tripulantes también. Muchos de ellos formaron una pequeña familia mestiza y se quedaron de por vida en el paraíso terrenal. Otros, como Magallanes, hizaron las velas y partieron rumbo a España llenos de conocimientos que les hicieron sentir ricos en espíritu. La relación entre ambos líderes perduró en el tiempo de tal manera que los habitantes de la isla estaban convencidos de que ambos nunca habían muerto, sino que se habían convertido en estatuas gracias a esa fantástica amistad. Se creía que la estatua el portugués estaba en su ciudad natal mientras que el del filipino estaba junto a la orilla, siempre velando por sus ciudadanos.


 Nota: Os dejo aquí lo que realmente le pasó a Magallanes tras su visita a Mactán y qué es lo que opinan en la actualidad los filipinos de Lapu-Lapu.