No tengo más preguntas

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Un cadáver se encontró en la espesura del bosque, las malas lenguas decían que su rostro era irreconocible. Algunos decían que se perdió en el bosque y que tropezó con una raíz de un árbol otros, que fue apresada por unos desconocidos y que, tras ser agredida duramente, fue dejada en ese lugar. Decenas de incógnitas empezaron a formularse pero ninguna parecía poderse despejar: ¿quién era? ¿Cuál era el motivo por el que su cuerpo se encontraba en el Kitmatukong? ¿Podía haberse evitado esta muerte?

El cuerpo sin vida de la joven fue levantado de la escena de lo que sin duda parecía ser un crimen, aunque faltaban por conocerse la causa de la muerte, el móvil del crimen y su posible perpetrador. Pasaron varios días hasta que pudo identificarse el cuerpo, algo que mantenía en vilo a la población de Luba. Una vez se supo que era la chica desaparecida de la familia Belandres, los habitantes del pueblo mostraron sus condolencias a los padres. El ritual de despedida sería como siempre, velando el cuerpo en la sala de estar de casa los días que hicieran falta hasta que todos los miembros de la familia llegaran a casa para su entierro. Cientos de personas acudieron al último adiós, muchas de ellas aportando una cantidad de dinero simbólica que sería utilizado para un entierro de Linda, que así se llamaba.

Por otro lado, a la misma vez que se le despedía las pesquisas policiales continuaban, liderados por el detective Cisneros, un respetado policía conocido por su incorruptibilidad, enfocado a un objetivo claro: la resolución de casos como este, el de asesinatos a priori de poca complicación. El detective entrevistó a la familia de la joven al completo, nada más y nada menos que veintidós personas con la misma consanguienidad. Todo lo que explicaban parecía cuadrar, Linda tenía una vida sana y unos hábitos muy saludables, formaba parte del comité organizador del festival conmemorativo del centenario de su provincia y no parecía tener ningún conflicto con nadie. Cisneros en ese momento se percató que los casos fáciles no existen. 

Tras la visita al hogar de la víctima decidió volver a su despacho para poner en claro la información, pero se sentía solo en la oficina, incapaz de transmitir sus miedos y preocupaciones a los demás, por lo que cargaba a sus espaldas un gran número de problemas que difícilmente no iban a ser compartidos, ¿qué podía hacer? Su carácter introvertido le hacía ver las cosas de otro modo, donde todo el mundo veía verde, él veía rojo. Llegó a ganarse la fama de atrevido por cuestionar lo que estaba establecido, le daba un toque de originalidad a sus casos, algo difícil de explicar en un gremio como el suyo, pero parecía que ya no llenaba las portadas de los periódicos. Los últimos casos que se le asignaron (como el de una tortuga boba desaparecida) no parecían interesar al público lector de Luba. Con este caso se le presentaba la ocasión de nuevo de volver a ser quien había sido a ojos de sus conciudadanos, una persona respetable, rigurosa y seria.

La investigación continuó su curso entrevistando a los compañeros que la joven tenía en el comité organizador, desde el director hasta las personas con las que trabajaba codo con codo: «¿Qué tal era Linda como compañera? ¿Se puede decir que se desvivía en cuerpo y alma por la organización? ¿Qué destacarías de ella?».

Todo parecía discurrir de forma fluida y conforme a lo esperado hasta que un comentario del presidente del comité puso a Cisneros en alerta:

—Yo de usted preguntaría a su novio o lo que fuera que tuviera, parece una persona muy oscura y violenta.
—¿Y qué le hace pensar que él tiene algo más que contar?—su mirada inquisitiva deseaba encontrar alguna contradicción en el interrogado— ¿Es posible que sepa más de lo que quiere hacer ver? He notado en su forma de hablar cierto resentimiento, entiendo que hubo algo más entre usted y la señorita Linda que no quiere que salga a la luz. Le comunico que no saldrá de aquí hasta que no me diga toda la verdad y tengo todo el tiempo del mundo.

—¡No es de su incumbencia!—sus gestos se volvían más nerviosos y parecía dubitativo, como si su máscara acabara de ser descubierta.

—Señor presidente, estamos en confianza. Pienso que su testimonio es clave para la resolución de este crimen, así que haga el favor de explicar lo sucedido—su tono continuaba siendo cordial, pero empezaba a impacientarse, temía estar frente al mismo asesino.

—Qué quiere que le cuente... Linda y yo...ella y yo...manteníamos....manteníamos una relación. ¿Es eso lo que quería saber? Pues ya tiene lo que quería...—de pronto el presidente del comité rompió a sollozar— usted no sabe cuanto la apreciaba, era mi mejor trabajadora y a la vez la compañera que yo buscaba. Sabíamos que nadie iba a entender... nuestra relación, habíamos planeado incluso... nuestra huida. Su familia nunca aceptaría el que dirá de la gente... ver a una Belandres con una persona cuarenta años mayor...todo el mundo pensaría que estaba por interés.

—¿Y no era así señor presidente?—en una intentona por descubrir la personalidad real del interrogado lanzó esta reflexión al aire—. ¿Por qué sino me dice que tiene un novio?

—¿Cómo se atreve a hacer semejantes preguntas? Yo pensaba que el amor que teníamos era puro, pero...después de unos meses...vi como Linda empezó a acercarse a Joshua, un joven que se incorporó al comité recientemente. Tenían una complicidad...que conmigo no tenía—pronunciaba esas palabras mientras su puño se cerraba, su impotencia no le dejaba pensar, el detective Cisneros le acercó una silla para que se sentara y tomara aire—. No soportaba ver como ella prefería estar con él...con todo lo que le había dado... Así que decidí esperarla al salir del comité y le dije que no me parecía bien que tonteara con el chico nuevo.

—¿Y la dejó marchar tras su conversación señor presidente?— Cisneros sabía que únicamente debía incidir poco para que confesara.

—No, a estas alturas ya debe saber qué es lo que hice...Yo la maté. y...me deshice del cuerpo. No quería que estuviera con nadie más que yo, nadie la apreciaría después de mí, así es como concibo el amor, el amor para siempre. Ya puede esposarme, nada me queda por contar, ahora solo debo esperar a reunirme con ella en el cielo.

—Pues si no tiene nada más que confesar aquí, lo hará en comisaría—le decía Cisneros mientras que le ponía las esposas alrededor de sus muñecas y se lo llevaba del despacho. Los pocos miembros del comité que todavía se encontraban en el lugar les siguieron con la mirada, a gritos de «¡asesino, asesino!».

El cmaso fue muy sonado, la prensa recalcó la sinceridad del acusado frente a lo que él pensaba que era más bien remordimiento. Su investigación tuvo notoriedad, pero su trabajo no fue ensalzado como a él le hubiera gustado. Por suerte y por desgracia, más casos le esperaban apilados en el escritorio. De repente, alguien picó la puerta de su despacho:

—¿Quién es? ¡Pase!—la puerta se abrió y apareció el padre de Linda Belandres.

—Detective Cisneros, vengo a confesar un crimen.

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