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Olamide era una chica de pueblo que fue escogida
entre decenas de chicas para ser la futura esposa de Imo. Para él
este sería su tercer matrimonio, mientras que para ella sería el
primero. Los padres de ella se sentían muy orgullosos ya que a
cambio recibirían una dote cuantiosa: veinte cabras y diez vasijas
de vino de palma. Sus otros dos hijos estaban ya casados con personas
influyentes de los pueblos cercanos y parecía que Olamide no estaba
muy por la labor. Su padre, Ibe, no veía con buenos ojos que soñara
con atravesar el río Níger y descubrir esos lugares tan preciosos
de los que hablaban los forasteros a caballo metálico. Quería
acompañar a esas personas en su travesía por África. Sabía que
corrían tiempos difíciles para las mujeres aunque eso era algo que
debía guardarse para sí misma.
Imo provenía del poblado vecino donde era
socialmente activo ya que era el jefe de la tribu, provenía de una
larga saga de guerreros, tenía un estatus difícil de superar a
menos que perdiera un enfrentamiento con alguna familia rival. Era
alto, esbelto y muy astuto y conocía muy bien las habilidades de sus
enemigos, como era el caso de Ibe. Sabía que le preocupaba su hija
Olamide quien en varias veces intentó escaparse del poblado en busca
de libertad. Por este motivo Imo, a cambio de paz, decidió pedirle
la mano a la hija de Ibe. Ella tendría que convivir con sus otras
dos mujeres, Onyinye y Mercy, además de sus hijos. Viviría bajo la
protección de su marido por siempre y le daría unos varones fuertes
que continuarían con el buen nombre de la familia.
Los primeros meses en su nuevo hogar fueron
espantosos y sufría numerosos desprecios por parte de Onyinye y
Nnenne, no soportaban ver como acaparaba las atenciones de Imo
haciendo que este pasara menos tiempo con sus hijos, parecía que la
joven era su única mujer. Olamide vivía resignada con su nueva
vida, veía como su esperanza de una vida libre no podía ser posible
bajo el techo de su marido. Recibió visitas de su padre en las que
le contaba lo mucho que deseaba darle un hijo a su esposo y hacerle
feliz, ideas que ella misma ni siquiera había interiorizado dentro
de sí misma.
Los meses fueron pasando y ella no se quedaba
embarazada, algo que a Imo parecía estar impacientarle. La chica
empezó a sufrir humillaciones y palizas que siempre finalizaban tras
la mediación de las otras dos esposas. No podía dar a luz, idea que
se volvió la comidilla del poblado, sembrando la duda también en la
posibilidad de que los anteriores hijos de Imo tampoco fueran suyos,
dudaban tanto de Olamide como de él.
Fue en ese tiempo cuando volvió a recordar aquello
para lo que estaba hecha: para descubrir el mundo. En una de las
reuniones a la que acudían todos los habitantes se hablaban de los
terrores del hombre blanco que se producían a plena luz del día.
Decían que habían conseguido hechizar con una vara a todo un
poblado y logrado que flotaran en las aguas del Níger para llevarles
a tierras de nombres impronunciables, lugares nunca vistos por sus
guerreros. Se hicieron invocaciones a Chukwu para que les protegiera
y diera fuerzas para la batalla. Se decía que cabalgaban sobre
caballos que nunca morían, que no sangraban. Contaban con dos patas
que les hacían muy veloces, difícilmente alcanzables por sus
lanzas. Los cuerpos de estos caballos ni siquiera se descomponían
una vez heridos, parecían estar poseídos por el diablo.
Olamide tras la charla multitudinaria se adentró
hacia el bosque en busca de agua, donde encontró una especie de
serpiente inerte, que no tenía ni principio ni final, la tocó con
un palo pero no se movía. Pensó en palparla, su tacto era
totalmente distinto a todo lo que había conocido hasta el momento,
era frío y vacío por dentro, hueco. Tal era su curiosidad que pensó
en morderlo, pero no podía hacerse con un pedazo, en aquel instante
llegaron varios hombres blancos que la rodearon sentados sobre sus
caballos:
—¿Véis lo que os decía? Esta gente es muy rara,
¿qué hace mordiendo el cuadro de esa bici?
—Quizá sea porque es la primera vez que ve una,
¿no crees? —comentaba el otro extraño en un idioma difícil de
descifrar—. Dime chica, ¿te gusta ese cuadro? Yo también creo que
es bonito — le preguntaba a Olamide como si pudiera entenderla.
De pronto la joven se sintió confundida, perdida,
alterada. El encuentro fortuito con esos hombres hizo que perdiera el
conocimiento y estos aprovecharon para llevársela a su campamento.
Allí recobró sus fuerzas rodeada de gente que no conocía. Vivían
en casas muy frágiles donde el calor se notaba al máximo y su
vestir...su vestir era curioso, llevaban ropa de colores difíciles
de conseguir aquí. Tras su despertar veía como todo el mundo a su
alrededor la observaba.
—Hola, me llamo John. ¿Kedu? —se le acercó un
chico joven, con ropa blanca que parecía ser el hechicero del
poblado, era como ella pero a la vez diferente.
—¿Hablas mi lengua? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde
estoy? ¡Quiero volver a casa! —en su voz podía sentirse el
terror, la incertidumbre.
John le explicó que él también era igbo y que un
día, como a ella, le encontraron perdido en el bosque y le llevaron
a este campamento. Le explicó que solo recibió buen trato de los
forasteros, que incluso se lo llevaron de viaje, más allá del
Níger, a un lugar frío y gris donde hizaba una gran torre que decía
dar la hora. Allí le trataron como a uno más, por lo que decidió
ayudarles a conocer, una vez de vuelta, sus tierras en agradecimiento
a su hospitalidad.
—Puedes irte si quieres, eres totalmente libre de
hacerlo, pero aquí ya nunca tendrás que preocuparte por casarte y
tener hijos —John se lo decía mientras le tendía la mano con
fuerza a modo de reconfortarla—. Me dijeron los que te encontraron
que tenías mucha curiosidad por el cuadro de una bicicleta, ¿sabes
lo que es?
—No sé que me estás diciendo, yo vi una
serpiente inerte en el suelo. Pensé simplemente en asegurarme que
estaba muerta, nada más. Un mordisco de estos bichos, te puede
matar. Por favor, convence a estos hombres para que me dejen libre y
volver así con mi marido, debe estar muy furioso y seguro que todo
el pueblo me está buscando —su tono era cada vez más
desesperante, consciente de que ya no podía volver a casa. A la luz
del día podía ver que se encontraba muy lejos, la vegetación era
distinta a la que podía encontrarse en su hogar —. Dime, ¿dónde
nos encontramos?
—Estamos en Port Harcourt, más allá del Níger.
Has estado dos semanas con delirios y fiebre muy alta. Los amos han
pensado que lo mejor era traerte a este hospital de campaña para tu
recuperación. Aquí, si quieres, puedes ser libre y descubrir mundo
si es lo que deseas. Nadie va a venir a buscarte, esto está
demasiado lejos. Una vez recuperada, con la voluntad de Chukwu,
puedes intentar volver a casa. Parece ser que hay unos comerciantes
que pronto dejarán este lugar para dirigirse al oeste, únete a
ellos si eso es lo que deseas. Yo, por mi parte, volveré a ese
poblado gris y sombrío, dicen que tienen un plan para mí para
ayudar a los igbo.
—¿De verdad nadie me va a buscar? Siempre he
querido conocer más allá del Níger y ahora que me encuentro aquí
no tengo palabras. Me hubiera gustado despedirme al menos de mi
familia, mi madre, padre y hermanas deben estar preocupados por mí.
No saben que yo estoy aquí —aseguraba con firmeza a la vez que
empezaba a imaginarse este nuevo escenario, donde parecía que podría
hacer realidad su idea de descubrir nuevos horizontes.
Pasaron semanas y John y Olamide continuaban en el
mismo Port Harcourt, parecía que sus amos habían escrito otro
destino para John, no iba a ser trasladado de nuevo a las tierras
grises, sino que junto a Olamide y otros cincuenta igbos más,
flotaría las aguas hacia un lugar todavía más lejano. Lo llamaban
América y los rumores decían que uno nunca volvía, ni siquiera
nadando. Allí serían hombres y mujeres libres bajo la supervisión
de sus amos, ayudándoles a que sus tierras proliferaran. Ambos
descubrirían el mundo, sí, pero nunca obtendrían sus almas la
libertad, algo muy oscuro y terrible les aguardaba, algo que estaba
fuera de su concepción del universo, fuera de la órbita de Chukwu.
Allí él no podía ayudarles, ni él, ni sus familias ni sus
guerreros.
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