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—Ahí está el tal Mohammad, pero no te acerques a él, este es su momento de reflexión.
—Vaya, había oído mucho sobre él, por ejemplo, que es un símbolo viviente de Alepo y de su destrucción continuada. He venido desde Damasco solo para contemplar como es su vida en medio de tanto caos. Tras la fotografía de Joseph Eid no he hecho más que cuestionarme el por qué de las pequeñas y grandes cosas.
—Pues aquí lo tienes—me decía el guía de Bomberos Unidos. En Alepo sobran las bombas, los tanques, los escombros, los rumores, la muerte....y faltan alimentos, esperanza y sueños.
Entre aquellos que esperaban que el mundo cambiara estaba Mohammad. A sus setenta años lo había visto todo. Vio crecer su ciudad natal, Alepo, donde la prosperidad guiaba el día a día de sus ciudadanos. Los jóvenes iban al campus de sus inmensas universidades a ampliar sus conocimientos y los no tan jóvenes dedicaban su tiempo a esos negocios que tanto fruto les habían dado durante décadas.
Ahora simplemente el hombre no tenía pasado ni presente y mucho menos pensaba en un futuro, le habían arrebatado todo lo que tenía y vivía a base de recuerdos falsos que le hubiera gustado tener. Se aferraba a lo único material que estaba en pie, su casa. Situada en un tercer piso, Mohammad se sentaba cada día en su habitación. Allí compartió vida con su mujer que desgraciadamente falleció tras un ataque kamikaze en el mercado municipal. ¿Qué podía hacer? Sentarse en su cama le ayudaba a mantener vivo su recuerdo, ¡cómo le encantaba aquel tocadiscos! Mohammad se lo compró a regañadientes pero el paso del tiempo y la guerra le ayudaron a comprender el valor de tres párrafos bien dichos, del silencio y de su ruido ensordecedor.
Mohammad no hace más que mirar por las ventanas resquebrajadas de su piso y pone en marcha su tocadiscos que parece resistir los bombardeos, está intacto. Hace días que no come ni se ducha, pero no le importa. Su melena es canosa y su barba también. Uno no sabe bien si fue la vejez o el estrés lo que provocó que sus espirales morenas se volvieran blancos como la nieve.
Junto a él una pipa le acompaña donde quiera que va, es su objeto fetiche (además del tocadiscos, claro está), pero desde hace unos meses no tiene nada que fumar. El cuerpo de la pipa está perdiendo significado, fuma interiormente. En esa acción encuentra paz y sosiego, en otras palabras, se traslada a otra época, al momento en que su mujer y él empezaron a salir juntos, Fuma dentro de su psique y se abstraye de todo lo demás. Pipa y tocadiscos forman una combinación perfecta, indisociable.
A medida que nos vamos acercando el marco del cuadro se hace más pequeño pero los detalles ganan nitidez. Su mirada está absorta , viaja hacia un Alepo mejor donde la palabra esperanza cobra sentido. Damos un paso más y vemos que los escombros le rodean, algunos trozos pequeños y otros más grandes capaces de matar a cualquiera. Damos otro paso y el olor se apodera denuestros pensamientos, el pobre Muhammad ya no lo percibe, su nariz ya no afina. Damos un último paso y ya no vemos ni olemos, ya solo escuchamos. Escuchamos el silencio, la ausencia de los que un día habitaron la casa y ya no están. A medida que fijamos la mirada en él comprobamos que todo excepto su piso en la tercera planta no existe, ni su música, ni su tabaco ni su dios, nadie le acompaña en tan solemne ritual.
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