El
cielo todavía no había oscurecido y ya estaban aquí. Tres hermosas
carteras habían llegado del lejano oriente para traer ilusión a los
más pequeños. Se adelantaban a aquellos lentos, los reyes magos,
que vendrían un día más tarde. Ellas se acercaron a las pequeñas
y estrechas calles del barrio de Gracia para recoger los deseos de
las niñas y niños en forma de carta. Para ello se ayudaban de
valientes ayudantes que las recogían y las llevaban en sus carros
orgullosos de tan importante tarea. Altos y luminosos caballos
escoltaban a los tres vehículos reales: tres antiguos coches rojos
solicitados conducidos para la ocasión. Brillaban como el primer día
y eran descapotables por lo que se subían a lo alto de ellos y
saludaban con una amplia y calurosa sonrisa a todos los que habían
esperado este momento durante un año entero.
Desde
allí arriba veían olas de personas que con sus manos saludaban a
izquierda y derecha con tal que las carteras les vieran. Podían
divisar niñxs de todas las edades, desde recién nacidos hasta
expertos en esto de las cabalgatas, entre ellos se ayudaban para
conseguir los mejores sitios. Las carteras tenían ojos en todas
partes y saludaban a todos y cada uno de los asistentes. Sabían que
todxs se habían portado bien este año por lo que se merecían un
buen saludo y una amplia sonrisa, que al día siguiente sería
copiada por los reyes también. Sus pajes estaban allí, ayudando en
lo que las carteras necesitasen. Escuchar los deseos de los pequeñxs,
recoger sus cartas y saludarles efusivamente fueron algunas de las
tareas que con mucho gusto realizaron.
Sin
duda fue una noche que todos recordarían. Los asistentes por ver un
año más a las carteras más eficientes del mundo que y el cortejo
real, por llenarles el corazón
con sonrisas, deseos y amor.
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