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Volvía a ser un domingo gris cualquiera, de aquellos que se resistían a que llegara el infeliz lunes. Era un día lluvioso, cargado, en el que lo único que podía hacer era quedarme en casa. Salí a la terraza de mi apartamento para retirar la ropa antes de que una nueva tempesta la mojara de nuevo. Mientras retiraba las camisas y los pantalones divisé a lo lejos a una joven espectacular que miraba a través de su ventana. La conocía muy bien, era una antigua alumna que tuve cuando impartía clase en los Salesianos. Los años habían pasado, no obstante la recordaba muy bien: lo inteligente que era, su figura, su genio. Recuerdo su nombre, Niara. Recuerdo también lo mucho que le costó encajar en nuestro sistema educativo, desconocía nuestra lengua e hizo grandes esfuerzos por ser una más. Ella sabía que debía demostrar cosas más que los demás para que se la tomaran en serio.
Allí estaba ella frente a su ventana pasando lista a todas y cada una de las gotas de agua que caían. Parecía pensativa, los días lluviosos dan para eso y poco más. Ya en el colegio era muy reflexiva, a veces le llegué a llamar la atención por estar en las nubes. Al verla de nuevo creí que sus ideas iban y venían o simplemente tenía la mente en blanco como una forma de meditación. Seguramente debía hacer un repaso a su vida, hacía escasos días que en los diarios aparecía la noticia que protagonizaría una película en Hollywood. Debía recapitular aquellos pasajes de su pasado que la perseguían. Por ejemplo, su familia que, aunque convivía con ella, su relación era inexistente. En vez de compartir momentos de alegría y felicidad compartían tensiones, gritos y malos modales por ambas partes. Muchas veces la situación era insostenible, pero únicamente se tenían los unos a los otros, algo que les unía y les diferenciaba del resto de familias.
La brillante Niara que conocía ahora era toda una mujer mirando al exterior con seguridad y la templanza de que todo tenía su razón de ser. Ahora se le abrían unas puertas que nunca pensó alcanzar, cosas que hasta entonces eran de difícil alcance. Ahora las tornas habían cambiado, ahora pasaba de envidiosa a envidiada. Saldría de esa ciudad que tanto le enseñó con la cabeza bien alta, agradecida por lo que tuvo y tiene y expectante por lo que será sin duda la experiencia de su vida.
Aquí yo, pasando a leer tus retos...
ResponderEliminarSaludos