Abra Road



Juliet aterrizaba por primera vez a la tierra de sus ancestros, aquellos que estaba a punto de conocer. La tecnología había logrado lo imposible, poderlos ver en la distancia aunque solo conocía a varios de ellos. Rememoró todas aquellas veces en las que le hubiera encantado tenerlos cerca. Diecinueve mil kilómetros le separaban de sus esperanzas y sus miedos porque temía también ser ignorada. Era distinta al resto de la familia: física, mental y económicamente. Por otro lado, su madre también se reencontraba con los suyos. Han pasado más de diez años de la última visita y eso se sintió en el reencuentro en el aeropuerto. Se intercambiaron besos, abrazos y lágrimas, era fácil reconocerles, misma cara y mismos gestos que delataban el paso del tiempo, aquellas historias y experiencias que la madre de Juliet dejó atrás.

El viaje hasta Abra era tedioso y frío. Frío por el aire acondicionado que no cesaba de salir del autocar que les llevaba a casa. No había otra forma de llegar, una única carretera de doble sentido cubría la distancia. Una vez atravesado Abra Road, en la intersección con la carretera hacia Peñarrubia y San Isidro, les esperaban más familiares que les llevarían en sus diminutos triciclos al destino final. Casi dos días después verían las caras conocidas para una y desconocidas para la otra. En ese mes de visita a sus raíces la joven reconoció actitudes, gestos y reflexiones que anteriormente había visto reflejados en casa y entendió mejor la posición que tomaba su madre frente a su familia. Su madre salió del país siendo muy joven, en busca de aventura y un lugar mejor con el que contribuir en la economía doméstica y volvió a casa siendo una total desconocida para sus hermanos y hermanas, tíos y tías y como no, para aquellos escasos sobrinos que conoció siendo unos bebés.

Juliet recorrió un sinfín de tierras que en parte también le pertenecían, sus primos pequeños le enseñaron las tradiciones que hasta entonces ella desconocía:

-Cada vez que veas este árbol debes decir kari-kari, bayo-bayo -le explicaban varios de ellos al unísono.
-¿Kari-kari, bayo-bayo? ¿Pero qué quiere decir? ¿Por qué hay que decir eso? -ella sabía que eran cristianos practicantes pero no que compartían esas creencias con otras de tipo más espiritual.

Con sus primos más mayores también compartió vivencias que le ayudarían a entender más el día a día de la familia que ahora sí conocía, pero nunca al completo. Imposibilitaba conocerlos a todos el gran número de parientes que tenía y que muchos estaban desperdigados por el mundo. Llevaron a Juliet a los lugares más bellos de la provincia. En estas pequeñas excursiones conocía bien a sus habitantes, muchas tradiciones y costumbres que derivaban de sus antiguos colonizadores e incluso escuchó historias como que en el oeste se encontraban las ciudades de los muertos. Fueron pasando los días y sus lazos con su familia eran cada vez más estrechos, parecía que un mes bastaba para crear unos vínculos que hasta entonces eran inexistentes, pero no era del todo cierto. Juliet desconocía su lengua y era un impedimento para la expresión libre y total de sus parientes.

El fin de su aventura interior comenzaba y deseaba dejar una buena impresión en todos ellos. Compró medicamentos para los mayores y compartió juegos durante horas interminables con los más pequeños de la casa. El último día fue el más duro, decidió grabar en su mente todos aquellos lugares que le hicieron sentir de nuevo pequeña y se prometió que volvería cada vez que le fuera posible. Tardó unos cuatro meses en volver a la normalidad, el primer mes soñó todos los días que continuaba allí, algo que le hacía sentir que había echado raíces. Sin duda ese fue el viaje, la experiencia de su vida, algo que sabría que cambiaría totalmente su forma de ver la vida.

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