Quiéreme si te atreves

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Julien y Sophie seguían amándose aunque el destino no les dejaba estar juntos. Ahora la caja estaba en manos de Sophie, debía pensar en un nuevo reto para Julien como hicieron en su infancia y adolescencia y, como siempre, formular la frase cap ou pas cap? (¿capaz o incapaz?) a la que sabía que Julien respondería cap. Ha pasado mucho tiempo desde que se vieron por última vez, a propósito de la caja de metal, fue hace dos años cuando Julien le preguntó:

—Cásate conmigo, ¿cap ou pas cap? —pronunció esas palabras lazándole de repente la caja a Sophie, pero ella no fue a su rescate, dejó que rodar y rodara hasta llegar calle abajo.

—¿Estás loco? ¿Cómo me pides semejante tontería? Sabes que estoy con Paul para alejarme de ti y ahora vienes con esta sandez —Julien nunca la había visto tan enfadada. Sus apuestas eran arriesgadas y esta se llevaba la palma.

Tras una fuerte discusión las vidas de ambos tomaron caminos muy distintos. Sophie sentía rabia por la proposición de Julien ¿por qué no se lo había ofrecido antes? Así que puso todo su empeño en pensar un reto que le fastidiese a él también.

Fue a su casa y picó al timbre, pero no fue él quien abrió la puerta sino su esposa Sylvie:

—Hola ¿a quién buscas?

—A Julien, tu marido —respondió Sophie con un gesto de rabia y dirigiendo su mirada al anillo de diamantes que lucía.

—Pues ahora no puede salir, disculpa...

—¡Pues sí va a venir! Julien, ¿me oyes? ¡Soy Sophie! —gritaba mientras la puerta se entrecerraba y la aguantaba para que no acabara en portazo.

—¿Qué pasa Sylvie? ¿Qué es todo este jaleo?

—Julien, ella no quiere que nos veamos, me ha dicho... me ha dicho que no estabas y yo... yo solo quería darte esto —decía Sophie sollozando y mostrándo la cajita de hojalata.

—-Gracias, pero no tenías por qué hacerlo. Disculpa, pero tengo cosas que hacer, debo volver adentro —cerró la puerta con fuerza no sin antes recoger el objeto de las manos de su ex amiga y compañera.

Los días pasaron y nada sucedió, él deseaba que pasara el tiempo, dejar que las cosas vinieran por sí solas. Odiaba ver día tras día esa caja dentro de su mesita de noche, no obstante, tras una fuerte discusión con Sylvie, decidió abrir su tapa. En ella había un pequeño papel que decía:

VEN A VERME, ESTARÉ TODOS LOS DÍAS ESPERÁNDOTE EN EL CAFÉ MARTIN A LAS CINCO ¿CAP OU PAS CAP?

En ese momento eran las cuatro y media y pensó que sería buena idea revivir esos momentos de locura con ella, la relación con su mujer iba de mal en peor y no soportaba sus celos enfermizos. Estaba convencida que él la dejaría por su amiga de la infancia, aquella que siempre tenía en boca. Julien se apresuró para darse una ducha y vestirse con sus mejores galas, pero sin pasarse (no quería que ella viera que todo iba a ser fácil a partir de ahora). 

Llegó a las cinco y cinco y ella estaba allí, esplendorosa como siempre. Decidió mirarla a través de la ventana, algo que sin querer le hizo esbozar una inocente sonrisa  y fue entonces cuando Sophie le cazó in fraganti. Él entro y empezaron a hablar de lo que había pasado en estos dos años de separación y cómo lo habían llevado uno y otro. Los primeros instantes fueron tensos aunque poco a poco el ambiente se fue distendiendo. 

—Llevo esperándote aquí tres meses, día tras día. Me alegro que finalmente hayas decidido venir. Nuestro último intento por seguir juntos para siempre fue una locura: ¡dejar que el cemento nos sepultara en los cimientos de una construcción!

—¿Entonces qué propones? Ya sabes que ahora te toca a ti retar a lo grande, igualar o mejorar mi estúpida idea.

—¿Estás seguro que eso es lo que quieres? Pues perfecto, tengo una idea brillante: qué tal si fingimos nuestra muerte y huimos a una isla paradisíaca para empezar de cero?

—¿Ah sí? ¿Y cómo fingirás nuestras muertes, eh?

—Pues con un veneno muy potente que he comprado, ¿lo ves? —mostrando su contenido a Julien- lo que hace es que causa la muerte inminente pero al cabo de cinco horas revive a aquel que se lo toma.

—¿De dónde sacas estas locas ideas?

—Dime, ¿aceptas? ¿Sí o no?- Sophie parecía impacientarse por momentos. Su idea era muy descabellada pero sabía que él aceptaría, su vida se había vuelto extremadamente monótona.

—Sabes bien que el no no existe para ti.Claro que sí acepto Sophie, acepto ir a cualquier sitio que vayas siempre que estemos juntos.

—Vale, pues ahora tómate esto. ¡Buena suerte!

El efecto fue instantáneo, ambos cayeron desplomados al suelo y el café Martin se llenó de ambulancias  y curiosos. Estaban clínicamente muertos y los varios intentos de reanimación no funcionaron, no se podía hacer nada por ellos. Sus cuerpos yacían inertes en la morgue esperando ser revividos, pero lo que Sophie no le contó a Julien es que no había vuelta atrás, odiaba todo lo que él representaba. Esos dos años de ausencia se habían vuelto eternos y esperaba devolverle con la misma moneda todo lo que le había hecho sufrir acabando con su vida, sus vidas. Así ya no tendría que alimentar sus recuerdos ni pensar más retos para retroalimentar su amor. Fue en ese momento cuando Sophie eligió por última vez retarle y contestar por él pas cap.

*Para los curiosos, la escena final de la película Quiéreme si te atreves era la siguiente:




El lenguaje de su cuerpo

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Como cada día Juan se disponía a entrar al trabajo con un café en sus manos, algo que le activaba de buena mañana. Salía del establecimiento donde habitualmente compraba su agitador emocional. Le dio un pequeño sorbo a ese expresso que tanto ansiaba, saboreaba los escasos minutos que le faltaban para su vuelta a la rutina con tan mala suerte que cayó sobre su cabeza una gran pieza de metal de una obra por la que justo pasaba. Inmediatamente fue hospitalizado al centro más cercano. El personal del recinto médico temía por su vida ya que el golpe le causó una fuerte conmoción, pero pudo ser trasladado a otra planta al no correr ningún peligro. Se le hicieron varias pruebas para confimar que no sufriera ninguna secuela, todo parecía estar correcto, aunque poco a poco fue perdiendo la memoria. No sabía quién era, a qué se dedicaba, dónde vivía... Solo recordaba que no tenía nadie a quien recurrir. Se encontraba totalmente solo en este mundo a pesar de la vida activa que llevaba. 

Realizó ejercicios recomendados por su doctor para mejorar su situación, aunque las técnicas no funcionaban. Al final de cada día, tras cerrar sus ojos en un profundo sueño, su cerebro borraba todo aquello que había almacenado aquel día. Su nivel de desperación era tal que un buen día creyó obtener la solución a sus problemas: el mundo del tatuaje. Aquellos garabatos para toda la vida podían ayudarle en su recuperación, información básica por ejemplo, que no debería volver a escribir cada día y guardar en el bolsillo de su pantalón. Su cuerpo hablaría por él. Su nombre, su fecha de nacimiento y su residencia estarían siempre marcadas en el interior de su muñeca izquierda. En la otra, los nombres de los amigos que había ido haciendo tras su accidente. Consiguió una tarifa especial con su tatuadora, le estremeció su historia y la forma de afrontar su grave problema:

-Es muy encomiable el modo en que afrontas tus dificultades. Ni siquiera yo que estoy en este mundillo me atrevería a hacer algo así, exponer todos mis recuerdos por mi cuerpo.

-Lo sé, es una idea descabellada pero no tengo ninguna otra opción, es esto o revivir mis carencias día tras día y nunca avanzar.

Fue así como Juan emperzó un proceso de cambio interior y exterior que culminó con su cuerpo repleto de frases y dibujos que recordaban cada uno de los hitos que había conseguido, un breve repaso de diez minutos le bastaba para recordar aquellas cosas que más importaban, la familia que había formado junto a su tatuadora y su gran labor social ayudando a aquellos que tras tragedias medioambientales eran olvidados. Pintó en su espalda las siluetas de los países que había visitado junto a una frase que describía el objetivo que debía perseguir cada día: que nadie nunca fuera olvidado.

Descubriendo a Niara

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Volvía a ser un domingo gris cualquiera, de aquellos que se resistían a que llegara el infeliz lunes. Era un día lluvioso, cargado, en el que lo único que podía hacer era quedarme en casa. Salí a la terraza de mi apartamento para retirar la ropa antes de que una nueva tempesta la mojara de nuevo. Mientras retiraba las camisas y los pantalones divisé a lo lejos a una joven espectacular que miraba a través  de su ventana. La conocía muy bien, era una antigua alumna que tuve cuando impartía clase en los Salesianos. Los años habían pasado, no obstante la recordaba muy bien: lo inteligente que era, su figura, su genio. Recuerdo su nombre, Niara. Recuerdo también lo mucho que le costó encajar en nuestro sistema educativo, desconocía nuestra lengua e hizo grandes esfuerzos por ser una más. Ella sabía que debía demostrar cosas más que los demás para que se la tomaran en serio.

Allí estaba ella frente a su ventana pasando lista a todas y cada una de las gotas de agua que caían. Parecía pensativa, los días lluviosos dan para eso y poco más. Ya en el colegio era muy reflexiva, a veces le llegué a llamar la atención por estar en las nubes. Al verla de nuevo creí que sus ideas iban y venían o simplemente tenía la mente en blanco como una forma de meditación. Seguramente debía hacer un repaso a su vida, hacía escasos días que en los diarios aparecía la noticia que protagonizaría una película en Hollywood. Debía recapitular aquellos pasajes de su pasado que la perseguían. Por ejemplo, su familia que, aunque convivía con ella, su relación era inexistente. En vez de compartir momentos de alegría y felicidad compartían tensiones, gritos y malos modales por ambas partes. Muchas veces la situación era insostenible, pero únicamente se tenían los unos a los otros, algo que les unía y les diferenciaba del resto de familias. 

La brillante Niara que conocía ahora era toda una mujer mirando al exterior con seguridad y la templanza de que todo tenía su razón de ser. Ahora se le abrían unas puertas que nunca pensó alcanzar, cosas que hasta entonces eran de difícil alcance. Ahora las tornas habían cambiado, ahora pasaba de envidiosa a envidiada. Saldría de esa ciudad que tanto le enseñó con la cabeza bien alta, agradecida por lo que tuvo y tiene y expectante por lo que será sin duda la experiencia de su vida.



Abra Road



Juliet aterrizaba por primera vez a la tierra de sus ancestros, aquellos que estaba a punto de conocer. La tecnología había logrado lo imposible, poderlos ver en la distancia aunque solo conocía a varios de ellos. Rememoró todas aquellas veces en las que le hubiera encantado tenerlos cerca. Diecinueve mil kilómetros le separaban de sus esperanzas y sus miedos porque temía también ser ignorada. Era distinta al resto de la familia: física, mental y económicamente. Por otro lado, su madre también se reencontraba con los suyos. Han pasado más de diez años de la última visita y eso se sintió en el reencuentro en el aeropuerto. Se intercambiaron besos, abrazos y lágrimas, era fácil reconocerles, misma cara y mismos gestos que delataban el paso del tiempo, aquellas historias y experiencias que la madre de Juliet dejó atrás.

El viaje hasta Abra era tedioso y frío. Frío por el aire acondicionado que no cesaba de salir del autocar que les llevaba a casa. No había otra forma de llegar, una única carretera de doble sentido cubría la distancia. Una vez atravesado Abra Road, en la intersección con la carretera hacia Peñarrubia y San Isidro, les esperaban más familiares que les llevarían en sus diminutos triciclos al destino final. Casi dos días después verían las caras conocidas para una y desconocidas para la otra. En ese mes de visita a sus raíces la joven reconoció actitudes, gestos y reflexiones que anteriormente había visto reflejados en casa y entendió mejor la posición que tomaba su madre frente a su familia. Su madre salió del país siendo muy joven, en busca de aventura y un lugar mejor con el que contribuir en la economía doméstica y volvió a casa siendo una total desconocida para sus hermanos y hermanas, tíos y tías y como no, para aquellos escasos sobrinos que conoció siendo unos bebés.

Juliet recorrió un sinfín de tierras que en parte también le pertenecían, sus primos pequeños le enseñaron las tradiciones que hasta entonces ella desconocía:

-Cada vez que veas este árbol debes decir kari-kari, bayo-bayo -le explicaban varios de ellos al unísono.
-¿Kari-kari, bayo-bayo? ¿Pero qué quiere decir? ¿Por qué hay que decir eso? -ella sabía que eran cristianos practicantes pero no que compartían esas creencias con otras de tipo más espiritual.

Con sus primos más mayores también compartió vivencias que le ayudarían a entender más el día a día de la familia que ahora sí conocía, pero nunca al completo. Imposibilitaba conocerlos a todos el gran número de parientes que tenía y que muchos estaban desperdigados por el mundo. Llevaron a Juliet a los lugares más bellos de la provincia. En estas pequeñas excursiones conocía bien a sus habitantes, muchas tradiciones y costumbres que derivaban de sus antiguos colonizadores e incluso escuchó historias como que en el oeste se encontraban las ciudades de los muertos. Fueron pasando los días y sus lazos con su familia eran cada vez más estrechos, parecía que un mes bastaba para crear unos vínculos que hasta entonces eran inexistentes, pero no era del todo cierto. Juliet desconocía su lengua y era un impedimento para la expresión libre y total de sus parientes.

El fin de su aventura interior comenzaba y deseaba dejar una buena impresión en todos ellos. Compró medicamentos para los mayores y compartió juegos durante horas interminables con los más pequeños de la casa. El último día fue el más duro, decidió grabar en su mente todos aquellos lugares que le hicieron sentir de nuevo pequeña y se prometió que volvería cada vez que le fuera posible. Tardó unos cuatro meses en volver a la normalidad, el primer mes soñó todos los días que continuaba allí, algo que le hacía sentir que había echado raíces. Sin duda ese fue el viaje, la experiencia de su vida, algo que sabría que cambiaría totalmente su forma de ver la vida.