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Kalo se disponía a entrar en el tren como cada mañana. Solo tiene diez años y ya va solo al colegio, al principio era fácil cuando su escuela estaba a escasos metros de casa, pero tras mudarse unas cuantas veces de casa se fue volviendo más y más complicado. Tenía que ir con cuidado con no quedarse dormido y pasarse de estación, cuidado con los ladrones y cuidado con validar su billete para evitar ser multado. El pobre ya tenía suficiente con ir a clase, envidiaba a sus compañeros por tener siempre el beso y abrazo de sus familiares antes de pasar por la puerta que dividía el saber de la vida real.
Después de clase no debía olvidar pasar por la peluquería para cortar su pequeña nube de pelo, sufría demasiadas burlas en clase por tener el pelo tan crecido y descontrolado que finalmente su profesor le sugirió un cambio de apariencia apropiado de acuerdo a los estándares del colegio, eso quería decir nada de tintes, ni cortes estrafalarios, únicamente una esquilada digna de la mejor oveja. Para llegar a la peluquería debía atravesar varias calles hasta llegar al local de Fabián, repletas de almacenes abandonados. Kalo odiaba ese trayecto, no le daban confianza esos lugares que hasta Google Maps desconocía. Caminó y caminó hasta llegar a su zona más temida, hacía tiempo que esos locales habían cerrado debido a la deslocalización, ya no era rentable producir aquí por lo que se llevaban los negocios a otros lugares como China e India. Su sorpresa fue mayúscula al ver que había un cachorro de pastor alemán tendido en el suelo tras una valla. Kalo se acercó con cautela, no sabía cómo iba a reaccionar el perro. Pasó su mano por la rejilla para acariciarle el lomo y el animal le lamió, no había duda que ambos tenían una conexión especial. De pronto Kalo notó como una sombra gigantesca se cernía sobre él de tal forma que todo era oscuridad, tras él había un hombretón de dos metros que le agarraba del cuello de su chaqueta.
-¿Qué haces aquí? ¿No sabes que esto es una propiedad privada?¿Por qué tocas a mi perro?
-Lo siento señor, pensé que era una zona abandonada, yo solo acariciarle.
-Pues este no es lugar para juegos, ¡vete de aquí y que no te vea más!
Kalo cogió sus cosas y se marchó corriendo, es verdad que ponía que era una propiedad privada, pero nadie es inmune ante la delicadeza de un pequeño cachorro de pastor alemán. Tras de sí oyó gritos y chillidos por parte del propietario hacia el can, estaba sufriendo una brutal paliza, los aullidos no cesaban, se podía notar en el ambiente el dolor que el hombre gigante impartía a su mascota. El niño se detuvo y volvió al almacén, se escondió detrás de una columna para que el otro no lo viera.
-Fin de la historia, no puedo saber más sobre qué le ocurrió al niño, no puedo entrar más en sus pensamientos, está totalmente bloqueado -sugería Paul, un ilusionista que creía poder leer la mente de los demás-. Lo siento señora Mosses, no puedo hacer nada más por su hijo.
-Gracias por su ayuda -le respondió el agente de policía que estaba a cargo de la investigación.
Kalo había sido drogado, apalizado y amaniatado de manos y pies, lo encontró junto a un contenedor de basura un mendigo que merodeaba por la zona. Nadie sabía qué le había ocurrido, así que la policía llamó a este especialista como último recurso para que les ayudara con el caso. La madre, soltera y con dos hijo más lloraba desconsoladamente sin explicarse lo sucedido. Al parecer un hombre le agredió por el simple hecho de jugar con su perro unos segundos, ¿hasta ese punto había llegado el sospechoso por una chiquillería? Lo único que se sabía con certeza es que Kalo, debido a los golpes que sufrió estaba en una cama, postrado desde hace un mes, nadie sabía hasta aquel momento qué hacía en aquella zona donde le encontraron desnudo e inconsciente. Únicamente su despertar podría dar más luz a lo sucedido y eso estaba muy lejos de suceder.