Desde
su ventana del barrio de Gracia respira aire limpio tras largas
sesiones de yoga, nadie le dijo que emprender una nueva vida en Europa
fuera fácil, pero tenía que intentarlo. Se sentía apagada, con poca
perspectiva de mejora de su situación en Estados Unidos y decidió dar
una vuelta de tuerca más a su vida. Dejó atrás sus seis años de
experiencia en un famoso bufete de abogados que nada le aportaba para
apostar por el yoga, una disciplina con la que empezó a la
vez que sus estudios en la universidad. Su técnicia fue mejorando con el
paso del tiempo hasta que finalmente descubrió en el Bikram yoga una
vía de escape a su ajetreada vida.
El Bikram yoga consiste en la práctica de 21 asanas o posturas en
condiciones extremas de cuarenta y un grados de temperatura y cuarenta
por ciento de humedad. Vibraba con esas sesiones exigentes que le
servían para dejar atrás esos días tan poco productivos en la oficina
que tenían su recompensa con noventa minutos de práctica yóguica. Un
buen día recibió muy buenos comentarios de su profesora que le propuso
tomar cursos de impartición del Bikram, recibió de tan buen agrado la proposición
que no lo dudó y pensó que sería una buena antítesis a su trabajo
estresante del día a día.
Barcelona era el colofón final al cambio de aires que necesitaba y que había iniciado tras convertirse en profesora. La propuesta surgió en el propio centro donde practicaba, la escuela quería abrir un nuevo centro, esta vez en Europa, para expandir su área de influencia. No se lo pensó dos veces y aceptó el puesto, con ello dejó atrás su vida anterior definitivamente. Aquí en Barcelona podía ser otra, para ella no suponía empezar de cero sino desatar por fin la pasión que sentía por lo que hacía y que no era capaz de expresar en su tierra. Se sentía liberada de las raíces que le susurraban que el trabajo duro la haría feliz. En el esfuerzo solo encontró monotonía, inconformidad y deseos de cambio. Uno podía ver en sus expresiones que era una persona totalmente distinta con deseo de ser libre y vivir esta nueva experiencia. Las clases de yoga las impartía en horarios muy variables de mañana y de tarde que complementaba con su práctica diaria en el centro también y todavía le quedaba tiempo para tener un nuevo círculo de amigos que frecuentaba asiduamente y para aprender nuevos idiomas, como eran para ella el castellano y el catalán. Sentía que el barrio de Gracia le aportaba un plus a su experiencia de vida , un lugar familiar a la vez que una alternativa. Lo mejor, su variedad cultural e independiente, olía a fusión de la vieja Europa y el Mediterráneo y lo peor, el ruido nocturno derivado de los bares abiertos hasta tarde que reducían sus horas de sueño y bienestar.
Ahora se encontraba en casa mirando por la ventana, viendo pasar a los traseúntes, tras una intensa jornada de yoga, mientras de fondo suena música de jazz y la lavadora centrifuga a ritmo de trompeta estridente. No le tenía miedo a nada y su corazón latía como nunca, por primera vez se sentía viva y tomaba las riendas de su destino que parecía estar más ligado al Mediterraneo que a la bahía del río Hudson.