El fin de semana anterior decidí aprovechar que me había levantado pronto para visitar un centro comercial que se encuentra a escasos metros del estadio del Espanyol. Mi objetivo era comprar unas bambas urbanas negras que vi la semana anterior y que estaban bien de precio.
Quería aprovechar también, ya que estaba ya allí, para mirar con calma las rebajas, que desde hacía días había empezado e ir a las diez de la mañana podía propicar alguna que otra compra más. Lo primero que hice pues, fue entrar a un par de tiendas de moda para ver qué oportunidades ofertaban. Todo apuntaba a que podría hacer buenas compras el pasado sábado con poca gente, la ropa estaba bien ordenada y no había colas para los probadores o la caja.
Los vigilantes de seguridad en ambos establecimientos se encontraban en la entrada como es habitual, pero qué casualidad que, nada más entrar, los de seguridad se pusieron en alerta y empezaron a seguir mis pasos, en los dos casos a varios metros de mí, como si fuera una ladrona. ¿Era por mi forma de vestir? ¿Por mi forma de actuar?
La verdad es que no sé si iban en busca de romper su aburrida rutina de no vigilar a nadie, pero me sentí muy incómoda en ambas ocasiones, que encima sucedieron una detrás de la otra. No ha sido la primera vez que he sufrido este tipo de despropósitos simplemente por tener un tono de color "más alegre" que el resto, pero me repatea que siga sucediendo esto en pleno siglo XXI. ¿A caso no son sus móviles coreanos o americanos, sus cafés colombianos o su ropa de bangladesh o china? ¿Por qué no es posible aceptar a la gente, tal y como hemos aceptado la procedencia de los objetos que nos rodean?
En mi opinión, creo que la raíz de todo reside en la falta de cultura, en inculcar que lo diferente es malo y que lo nuestro, si funciona, ya está bien. La sociedad está cambiando y ante eso sólo podemos estar preparados para abrazar aquello que hasta entonces era desconocido, sólo de esta forma las personas crecerán interiormente.