Oda
tiene miedo al amor. No hay nadie quien la aguante ni siquiera su
familia. Está a punto de graduarse y todavía no se le conoce novio
formal. Ha tenido sus pequeños rollos por aquí y por allá, pero
nunca ha pasado la prueba de los primeros tres meses de noviazgo. No
se trata de algo fácil. Es por eso que se dedica a parar pequeñas
trampas a sus candidatos para ganarse su afecto.
Ella
es de aquellas que se acuesta con un chico la primera noche. No cree
en eso de esperar varias citas para lanzarse a los brazos de uno.
Simplemente si le gusta, disfruta, así sin más. Oda disfruta de su
sexualidad y hace partícipe a sus amigas contando los detalles más
íntimos. Su figura curvilínea y su tez fina y sedosa parecen ser un
caramelito dulce para el público masculino. Su mirada felina les
atrae y su piel de tonos anaranjados imanta ese momento de placer,
pero tal es su inseguridad que es es capaz de hacer las cosas más
inverosímiles. A propósito, deja su pañuelo más preciado como si
de un descuido se tratara y al día siguiente contacta con el chico
para decirle que se lo ha dejado en su casa y le pregunta si puede pasar a
recogerlo. Muchos hombres caen en su trampa, pocos sabiendo que se trata
de una artimaña para tener un encuentro fortuito de nuevo.
Se
cree una femme fatale moderna de aquellas que parecen ser
inmunes al cariño de un hombre, pero por dentro se siente vacía,
sin ganas de vivir. Los hombres pasan por su cama y son un número más en su estadística, de ese juego que se trae consigo misma. Ese
que no le deja pensar más allá del día a día. Sus amigas están
preocupadas por ella, desde hace tiempo no hace más que salir con
distintos hombres y ninguna de sus compañeras es capaz de crear un
perfil de su hombre ideal. Ellas no saben que tras esa actitud pasota
y liberal se encuentra una mujer fría, sabedora de su
belleza, pero analfabeta en el cariño y en el amor.
Nunca
nadie le ha enseñado la importancia del afecto en las relaciones.
Sus padres sí se querían mucho, pero vivían en una realidad que
les impedía materializar esa alegría, ese orgullo, ese amor por la
pequeña. Así que creció pensando que ese trato era normal. Más
adelante, con la adolescencia aprendió que esa
actitud no era la llevada a cabo por sus compañeros de clase.
Mostraban actitudes abiertas como darse una palmada en el hombro,
besarse en la mejilla, trabajar hombro con hombro... A ella cualquier
actitud de este tipo le producía de primeras un shock, una alerta
conforme alguien eliminaba esa barrera corporal. Al
cabo de unos segundos sus sentidos volvían a su condición normal
advirtiéndole que no había nada que temer.
Hace un par de semanas que siente que ha empezado a sentar cabeza. Está
saliendo con un chico de su edad estudiante de la facultad de Química
que parece llevarla por el buen camino. Quién sabe si esto será el
inicio de una relación duradera o si por el contrario, será otra
herida más en el corazón de Oda. Lo que está claro es que le queda
un largo camino por recorrer y que más vale recorrerlo sola que mal
acompañada.